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Es un dilema reconocer cuánto nos cuesta decir “no” cuando nos sentimos incómodos ante una situación determinada. Es una norma escrita gustar y complacer a todo el mundo, pues parece que es para lo que hemos sido educados. Pero eso en la mayoría de las ocasiones resulta imposible.
Dependiendo de los entornos sociales, un alejamiento discreto y progresivo es factible pero resulta complicadísimo cuando se trata de familiares directos o amistades muy íntimas.
¿Qué ha pasado para llegar a esto?
Todo se acaba enquistado cuando contenemos la incomodidad que provoca esa persona en nosotros por miedo…a hacerle daño. Y entonces, el “no” se nos hace imposible de articular porque creemos que va ser para las otras personas difícil de digerir.
Y sin querer, alimentamos un conflicto que está latente cada segundo y que se desbordará en el momento en el que el pozo de la paciencia llegue a su tope más alto y provoque un terremoto emocional: la etapa en la que se dirá “no” y punto. Sin más miramientos. Y tendremos que estar preparados para asumir el enfado del otro y sus consecuencias.
Gracias a esas experiencias desagradables, comprendes que para ser formidable tienes que soportar las relaciones con los demás como una cuestión de apariencias, una falsa fachada de simple contrachapado. Nadie en esta época narcisista, está preparado para soportar una visión negativa de uno mismo que no coincide, en absoluto, con la propia de cada uno.
Cuando ya no se puede aguantar más, la frase más utilizada es: “ Te quiero, pero no te aguanto”. Los nervios están a flor de piel y la segunda parte de la frase es muy agresiva aunque la primera parte parezca conciliadora. Una forma sutil de decir que se necesita una pausa. Un “Te quiero, pero en este momento no nos entendemos y sin querer nos estamos haciendo daño”.
El problema de decir “no” depende de a quién se lo dices. Porque cuanto más cercana es la persona, la situación se recrudece. Existen familias con tal nivel de conflictos que por ser precisamente familia, dejan pasar cualquier cosa para seguir unidos, sin darse cuenta de que están pagando un enorme precio emocional y dejando en sus vidas una profunda huella negativa. Relaciones tormentosas y dolorosas que lastran el presente sólo por no saber decir “no”.
El director de cine italiano Vittorio de Sica decía: “La Biblia nos enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran amigos, posiblemente porque son los mismos”. Apuntando a que son las personas más cercanas las que más capacidad tienen para herir. Algo que muchos ya hemos comprobado.
Al final, es inevitable que nos duelan los reproches de aquellos a los que hemos querido o que nos castiguen con el látigo de la indiferencia quienes rompen el vínculo que creíamos tan fuerte. Pero para mitigar la tristeza y el sentimiento que producen estas situaciones, hay que saber elegir el momento y el tono adecuados.
A veces, el mismo “no” dicho de diferente manera puede ser bueno para las dos partes, liberando a las personas de vínculos carentes de sentido. Ya será la vida la que se encargue de unir otra vez a esas personas si tiene que ser o dejarlas así en la serenidad de la decisión tomada.
A veces, hay que dejar que cada cual recorra su camino.
A veces, un “no” a tiempo es una victoria para ambas partes.
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