Una noche oí a alguien decir que conocía a otro alguien que vomitaba a propósito para mantenerse delgado. Que asco. Que desagradable. Que interesante.
No recuerdo la primera vez que vomite. Si recuerdo que dedique unos días a observar los efectos...me vi tomando tres comidas descomunales al día y vomitándolas...
Almuerzo con tres filetes a la brasa, con su grasa, nata, pasta, helados...aprendí a vomitar todo tan deprisa que no llegaba a surtir efecto. No era yo...
Los primeros bocados eran demasiado buenos...y después sometía a mi cuerpo a convulsiones tres veces al día...resultaba embrutecedor y compulsivo.
Comencé a tener acidez de estómago, dolor de garganta, hipertensión...hay veces que la exigencia de la bulimia resulta más fuerte que el propio deseo de estar con un hombre...
Hace siglos las mujeres hacían frente a problemas mentales como la histeria o la ansiedad pero no a los atracones de comida. Los especialistas creen que se debe a la educación, a la falta de cariño familiar...Pero es más complejo que todo eso.
No sabe nadie a que me dedicaba en la intimidad del cuarto de baño. Me veía a mi misma como una víctima atractiva, una especie de mártir dulce e incomprendida. Me convertí en una impostora. Me lo había comido todo durante 5 años...Ya tenía bastante y pedí ayuda.
Seis meses después lo deje. Fue la terapia del que habla...la que me permitió salir de aquello...lo que esperas es librarte de la carga de ocultarlo. Una confesión es una admisión de culpa y constituye un acto de humildad...
Soledad autoimpuesta que sufrí en secreto. La maldita terapia del habla...me salvo. Actualmente intento aprender a escuchar con la misma ansia que en su día me reservaba para mi obsesión...
Y aprendí que a la primera que tengo que gustar es a mi.
Y ahora me gusta como soy...
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