Al cerebro se puede llegar de dos maneras: a través de una patada quirúrgica en la pared del cráneo o sigilosamente, por la puerta de atrás, con sesiones de diván.
En realidad, la opción quirúrgica se basa en introducir diversos dispositivos en el cuerpo que alcancen el mismísimo cerebro, con o sin transbordos en alguna arteria, que erradiquen el tumor o la malformación producida por alguna patología o accidente vascular.
La segunda opción, trata de llegar hasta el punto cero del cerebro para realizar, con un número determinado de sesiones, la introspección que ayuda a clarificar al paciente lo que le parece oscuro, lo que le impide llevar a cabo las acciones más cotidianas, lo que le impide sobrevivir.
Ambas situaciones tienen como fin salvar el cerebro y debemos estar atentos ante cualquier cambio de actitud o comportamiento de las personas con las que vivimos e incluso de nosotros mismos. Debemos conocer los síntomas que pueden conducirnos a un deterioro físico o mental porque, no se lo creerán, pero son más frecuentes de lo que se imaginan.
Existe un antes y un después…
Parece todo más fácil si lo que necesitamos es una visita al psicólogo. Nosotros mismos somos los que la demandamos. Somos conscientes de nuestro mal estar, queremos poner remedio y sabemos que debemos "divanear".
¿Pero qué ocurre cuando un familiar empieza a tener un comportamiento diferente?
Todo empieza cuando aparecen los “síntomas centinela”.
El primer síntoma suele ser inherente a las dos situaciones, un dolor de cabeza intenso y casi diario, que dependiendo de las personas, puede pasar inadvertido y con la esperanza de que con un paracetamol desaparecerá enseguida…
Cuando no es así y a partir de ese momento, un comportamiento extraño se adueña de la persona. El cerebro es un órgano hipervascularizado, necesita sangre todo el tiempo y en todo él. Si cualquier accidente vascular, inflamación o tumor desestabiliza su funcionamiento, se ve directamente afectada la estabilidad de quien lo sufre y los síntomas asoman de manera lenta y silenciosa. Retraso en el habla, episodios de desorientación, lagunas, no entienden lo que se les dice, bloqueo…Una serie de situaciones que no piensas que pueden apuntar hacia un problema cerebral.
Todas las enfermedades tienen asociados unos síntomas visibles que las caracterizan. En el caso del cerebro, es muy importante mantener una vigilancia exhaustiva de los síntomas. Los “síntomas centinela” deben estar en mente del que vigila porque son el grito de ayuda y el salvavidas de los que lo padecen.
No todo el mundo está dotado para asumir el cargo de centinela, ni para asumir la noticia de una enfermedad mental, cardiovascular o un cáncer... No me cabe duda que el primer paso es observar y estar atentos a cualquier cambio que se vaya produciendo en nuestro cuerpo.
Porque el primer objetivo, sin duda, es salvar el cerebro de una manera u otra.