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Freud era un misógino contrariado que tuvo que rendirse a las mujeres y se dejó enseñar por ellas. Descubrió que cada mujer era diferente, que no había identificación posible a un modelo. Empezó a clasificarlas cuando una de ellas le dijo: “Calle un poco, escuche lo que me hace sufrir y no puedo decir en otra parte y dígame qué tengo."
La lógica fálica, esa que suele caer del lado masculino, necesita los conceptos claros y asimilados con antelación. Que un vaso sea un vaso, que una mujer…sea una mujer. Conceptos básicos de repetición, esos que no requieren mucho esfuerzo de razonamiento ni pensamiento.
Pero la feminidad es lo que hace que algo pueda ser siempre otra cosa distinta de lo que parece. De ahí la complejidad del mundo femenino y de la intensidad de sus emociones. Es conocido aquel malentendido en el que un hombre le decía a una mujer:
“-Te querré toda la vida, amor mío.
Y ella le responde…
-Me contentaría con que me quisieras cada día, uno por uno. Sin dar nada por sentado. Y que cada día fuera de un modo distinto.”
Pero si de algo sufre el amor es de la locura fálica que supone querer de manera monótona sin soportar la alteridad, con magnifica comodidad. De querer el Todo sin variaciones, hasta querer aniquilarla con el famoso “la maté porque era mía”. No comprenden la alteridad del amor y reaccionan con violencia a los instintos básicos.
No…ese es siempre el error. Las mujeres no son conceptos claros que puedan ser asimilados con antelación.
Ella no era suya, ni fue de otro hombre. Ella cada día era diferente. Incluso era Otra para sí misma. Ella era siempre otra…y él no la entendía.
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