Escucho las noticias sobre la pandemia y aún guardo el recuerdo de cuando todo era normal, o al menos eso parecía. Nos habíamos acostumbrado a disfrutar de las cosas como si fueran a durar para siempre. Vivíamos en ciudades epítomes, en las que se podía disfrutar de una comodidad y de una calidad de vida, basada en el trabajo, claro, pero sin pensar que la aparición de una pandemia pudiera suponer el principio del declive.
Días de desconcierto en los que por la fatiga pandémica, muchos hemos visto alterada nuestra comodidad. Solo los incautos caminan o salen de casa sin mascarilla, van a fiestas ilegales o simplemente se saltan las normas sin pensar en los demás. Unos estamos confinados y otros simplemente no lo están. Es habitual pensar que la vida no vale nada, visto desde el prisma de estas personas no que ven el finísimo hilo que separa la vida de la muerte. Y me pregunto…¿Cuál es el precio para sobrevivir en la ciudad de los sueños rotos?
¿Tendrá algo que ver con educación heredada en los orígenes de cada familia?
Yo asumía esos comportamientos como propios de otro país, de un país ajeno. No concebía que ese tipo de conducta fuera posible en mi ciudad, ni que esta mierda de modelo de sociedad fuera exportable a un continente. Y veo que todos los países son parecidos.
Ahora veo que no hay ingrediente más eficaz que la comodidad que ofrece un capitalismo sin control ni regulación, que se ejerce con una política barata y de barrio para tontos que no saben contar muertos. Que solo sabe cerrar empresas, negocios familiares que han tirado del país jugándose su patrimonio con la entidad bancaria de turno y que ahora los han dejado abandonados. Si alguno muere en el intento, es posible que su muerte pase sin pena ni gloria. La hostelería y el turismo es el ejemplo más duro…
¿Dónde está “esa Ley“ de la segunda oportunidad?
La redes sociales ofrecen un sencillo clic, que vale para eliminar el concepto de solidaridad y apretar el botón de la carita sonriente para actitudes que dejan que desear y ponen en peligro a sus propias familias. Quedadas ilegales, fiestas que incumplen normas a lo largo de todo el país, irresponsables negacionistas…Ahí termina el reconocimiento del otro. No paran de publicarse columnas sobre esta comodidad quebrantada. Estamos exhibiendo claramente cuál es el grado de aguante de las personas y donde empieza y acaba el análisis sobre este conflicto sanitario.
¿Cuál es el precio de vivir en la ciudad de los sueños rotos?
Está claro que todos los descritos anteriormente no tienen que visitar a diario los hospitales o centros sanitarios para ver la agónica situación que sufren los diferentes departamentos, por ejemplo el oncológico, y comprobar la desgracia de tener que sobrevivir de cáncer en tiempos de pandemia.
¿Dónde acaba mi análisis y empieza el tuyo sobre este complicado conflicto?
Son días de desconcierto…de desilusión, de ver morir a gente cercana, de poner al límite nuestra sensibilidad, son días de frío para pobres, de fiesta para imbéciles y de estar hasta los cojones de las olas que ha habido y las que va a haber gracias a los irresponsables, en la ciudad de los sueños rotos.
Son días para reflexionar…
